Esto me preocupaba porque por el bamboleo constante del velero me podría producir una rotura en la caja de orza, debido a que el peso del quillote no estaba repartido en equilibrio y pendulaba solo en un punto.
Estábamos orillando los últimos días del mes de octubre del corriente año cuando esto sucedió y habíamos acordado que subiríamos al Flopi a tierra en cuanto el sol se afirmara con su calor y los días se alargaran.
Al velero solo le falta hacer la pintura y repasar los herrajes de acero inoxidable.
Muchos nautas amigos me habían recomendado dejar al Flop I por lo menos dos meses a la intemperie, para que drenara el agua de los poros y se secara bien el casco y la cubierta, así que después de transcurrir ese tiempo lo pintara, ya que no se formarían ampollas y quedaría bien echo el trabajo.
Me comentaron que un barco de PHRF (plástico reforzado en fibra de vidrio) si esta en agua mucho tiempo, absorbe por los poros mucha cantidad de agua, como una esponja, en forma de gotas muy pequeñas, entonces si no se dejan drenar con la ayuda del sol fuerte, estas gotas luego de pintar el barco tratan de salir a través de la pintura, formando ampollas que luego estallan y arruinan el trabajo hecho.
El Flopi estuvo más de ocho años flotando en el Puerto de San Isidro y necesitaba de estos preparativos.
Nosotros para sacar el velero a tierra, teníamos que esperar una marea lo suficientemente importante para entrarlo por el canalcito que da al parque de la Fantasy Island.
Los árboles del canal ya habían sido cortados con la motosierra, de esta forma no tendríamos problemas con el palo del velero.
Solo faltaba la gran marea.
Históricamente a partir de noviembre las mareas se incrementarían, pero yo estaba nervioso porque el casco del velero sufría con los golpes de la orza. Todas las mañanas cuando me iba a la Capital a laburar, pensaba que pasará con el Flopi.
Una noche cuando regreso del trabajo y me voy acercando al muelle de la isla con mi canobote, no veo al Flop I y respiro con tranquilidad, pensé ya lo llevaron al canal.
Me recibió Tito Baratito y me contó que aprovechando una marea media llevó al velero al riacho.
Que bueno pensé, en aguas tranquilas ya no va a sufrir la hamacada de las olas provocadas por las lanchas.
Nos tomamos unos vinos, comimos algo rico festejando el gran paso que habíamos dado.
Ahora solamente teníamos que esperar una marea superior para engancharlo con el malacate y subirlo a tierra.
Un día miércoles llegue temprano con mi moto para hacerle una reparación.
Cuando me cruce hasta la isla con la idea de buscar unas herramientas que necesitaba y tenia dentro del velero, reme en mi canobote y entré directamente al riacho acoderándome al Flop I.
Y ¡oh, sorpresa!, el Flopi flotaba de una forma antinatural, pesado, como en cámara lenta.
Presentí lo peor…
A medida que lo miraba y le prestaba más atención, me dí cuenta que no veía su línea de flotación.
Salte como una rana sobre él, esto se sentía como caminar sobre una masa de gelatina.
Abrí la escotilla.
Que horrible sensación, ver el interior de tu barco haciendo agua.
Todo flotando, todo lo que había ido comprando durante años para equipar al velero estaba sumergido en el agua, o en el mejor de los casos flotando.
Me deprimí.
Me deprimí mucho.
No lloré, pero sentía una impotencia indescriptible.
Encontré semihundida mi caja de herramientas, cerré el velero y reme de nuevo hasta el galpón donde estaba mi Yamaha DT 250 que no arrancaba, y descubrí que se había quemado la bobina del encendido.
Al pedo había comprado una bujía nueva. De hecho, no era la puta bujía.
Por lo visto hoy no era mi día, todo mal.
Deje la moto, le puse su candado, cerré el galpón y me fui…
Cuando llegué de nuevo a la isla me encontré con Tito que me convidaba un vino como siempre cuando llego de laburar, el siempre esta de buen humor se caga de risa del mundo, y me dijo:
- Georgio, ¡no te veo bien!, ¿qué pasa?
Yo le contesto:
- Se hundió el Flopi.
- ¡No jodas!
Salió corriendo para el fondo y no lo podía creer.
Hay un dicho que mi viejo siempre decía:
“Dios aprieta pero no ahorca”
Por suerte para mí esto siempre se cumple.
Durante el jueves y el viernes soplo sin parar un viento norte feroz.
Esto hizo que se secara el arroyo y el velero se apoyara en el barro, inclinándose levemente a estribor.
El sábado hice un agujero de ocho milímetros con el taladro eléctrico en el fondo del casco para que saliera el agua.
Era un día espectacular, con un sol radiante y el cielo sin una nube.
Mientras el barco drenaba, con Jorge Gómez (el pescador, un vecino isleño pingaso como no hay otro) y junto con Tito sacamos la botavara y bajamos el palo, haciendo entre los tres una maniobra casi perfecta.
Después Yo me dedique a sacar las cosas del interior del velero, secándolas y guardándolas en lugares seguros.
Cuando no salía más agua del interior del casco, le clave un palito para tapar el agujero.
Ya había empezado a soplar un sudeste fuertísimo y el agua subía aceleradamente.
El velero flotaba nuevamente.
“Dios estaba de guardia ese día y me estaba dando una gran mano”
El domingo cuando me desperté y vi el parque inundado de agua, no lo podía creer.
Me puse las botas, corrí al muelle y vi a Jorge en su piragua naranja revisando los chicotes de sus trampas para surubí.
El me vio, y al rato entraba remando en su piragua por el parque diciendo:
- Subí tocayo, estoy esperándote desde las seis, quedan solo unas horas de plea y hay que colocar el malacate para sacar tu barquito.
Te traje además una batería de 12 V. así pones la bomba de achique eléctrica del loco (Tito).
- Sí dale, ¡vamos!
Coloque la bomba dentro del velero, le dí energía desde la batería, y mientras se achicaba el agua, nosotros ganábamos tiempo colocando el malacate haciéndolo firme en un árbol.
Cuando casi se vació el velero, colocamos unos troncos debajo del casco a modo de rodillos, y tirando con el malacate lentamente trajimos al Flopi a tierra.
El agua ya iba bajando muy rapido.
Pero que clara que tienen esta maniobras los isleños.
Para el mediodía, después de cinco horas de trabajo, el barco descansaba como lo ven en la foto.
Fuimos a despertarlo a Tito, apurándolo, diciéndole que había que ganarle a la marea para sacar el velero.
Tito había tenido una noche sabática muy dura de alcohol y nos decía:
- Tengo las chapitas pegadas en los ojos…
Esto lo decía por todas las botellas de cerveza que se había tomado con sus amigos.
Igual salto de la cama como un bombero, se vistió rapidísimo y corrió afuera hacia el parque.
Cuando vió el velero apoyado sobre los troncos dijo en su buena leche:
- ¡Que hijos de puta!, ¿cómo no me levantaron para hacer la maniobra con ustedes?, ¡qué bueno está esto!
Ahora solo me queda esperar que el tiempo me siga ayudando.
Y que el sol caliente fuerte para comenzar a trabajar en la pintura del Flopi.
Croker Nauta.
Foto del archivo fotográfico de Croker Nauta.
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